A cada paso que daba, la salida estaba un poco más cerca.
Como pulgarcito las huellas de mis pasos no solo servirían para reconocer el
camino si algún día volvía allí, sino que también marcarían la salida para
todos los que siguieran esos pasos. Ya tenía hecho el mapa mental del lugar. Cuando se
cerraban las puertas, el lugar tenia forma de L, pero el patio y las consultas
de psiquiatría lo configuraban como una M. Solo tenía que portarme bien y hacer
todo lo que aquellos seres de blanco me ordenaban y podría salir de allí en un
par de semanas, o por lo menos, eso me había augurado mi psicóloga…, dos
semanas.
Pero las dos semanas se convirtieron en un mes y luego en
dos…aunque yo hacía todo lo posible por ser bueno. Los enfermeros que caminaban
por los pasillos se convertían en gigantes(los que eran más altos) y en enanos (los
más bajitos) y yo procuraba no toparme
con ellos, los primeros por una especie de miedo físico y los segundos por un
miedo mental, ya que eran como pequeños duendecillos irritables y
quisquillosos.
De vez en cuando daba cortos paseos en coche, a los que me subía
en el comedor. El ensordecedor ruido del tráfico que circulaba por la autopista era mi única
conexión con el exterior y los conductores
en un alarde de amabilidad me abrían la puerta, dejaban que entrara a su auto e incluso algunos me daban
conversación, telepática por supuesto.
Mantenía largas conversaciones (también de orden
telepático), ya por la noche, acostado, con mi psiquiatra, en las que le
explicaba mis quejas y deseos para el lugar, que iba a saber yo que aquel lenguaje no era universal..., y claro, cuando nos
encontrábamos, ya protocolizada y físicamente, no entendía que él no recordara
nada de lo que habíamos hablado, eso las veces que hablábamos, porque yo creía
que ya estaba todo dicho, y mantenía un mutismo casi absoluto. De hecho, las
acaloradas discusiones que manteníamos en la vigilia de la noche, producían que
al día siguiente me pusiera la capa de invisibilidad (para ser transparente a
sus escrutadoras miradas) o simplemente huyera de él.
Estaba convencido que aquel sitio era el infierno. Los de
blanco lo llamaban la octava sur pero eso sería para suavizarlo, e incluso en esas condiciones( las de un
purgatorio cualquiera) todo cobraba
sentido, había renacido como un guerrero de la luz y mi papel estaba claro, guiar a todos esos
seres que vagaban con la baba colgando( algunos ) por los senderos demoníacos de luz inerte y mortecina(la que transmitían las lámparas del techo), que hacía
las veces de bronceador y que confería a las caras de los que purgaban por sus
pecados un color rojo pálido, a encontrar de nuevo el camino de la luz y al fin, convertir aquel
horrendo lugar en un paraíso. Lo bautizaría como el Cielo de la Octava Sur.
Un ángel caído, al ver lo que yo estaba haciendo, vino a
verme por la noche. Gritaba su propio nombre por los pasillos en busca de almas
a las que poder comprar, AZAZEL!!!....
TO BE CONTINUED
Hola Enrique! He conocido tu blog a través de la radio anoche y es un placer hacerme seguidora de tu blog.
ResponderEliminarDecirte que escribir es muy sano. Así que sigue así. Estás invitada a mi blog y si te gusta te invito a que me sigas.
Un saludo.
Yolanda.
http://dondelasemocionesnosllevan.blogspot.com.es/
Hola yolanda, ya he visitado tu blog y me ha gustado...gracias por tus comentarios...besos!
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