…atravieso el ancho mar con tan solo mirarte, transportado
en volandas desde tu sonrisa de barca. Preso de ella me escondo como polizón en
tu seno. Tu sonrisa no me pertenece, pero me mira y no puedo dejar de ansiar
que diga mi nombre, navegar por tu lengua guiándome por el cielo de tu boca. El
mar es muy vasto y no quiero perderme, ya que me costaría mucho encontrarte de
nuevo, me volvería ermitaño, relacionándome sólo conmigo, por miedo, por pensar
que si encontrase otra barca, otra sonrisa que me sacara de mi confortable
isla, pero que me llevase a otro destino, quizá una gran ciudad, no podría ver
las mismas estrellas y perdería el rumbo. Terminaría en alguna cueva, en alguna
cavidad oscura, como la del corazón que te anhela, contando los días en sus
paredes para volver a encontrarte…
Maldigo aquel último día, en el que me sentí tan seguro de que
aquella sonrisa llevaba pintada mi nombre, que desde la distancia pude ver como
encallaba solitaria y náufraga de mis besos. Se cumplió la profecía. La de aquel marino que llamó a su barca con el nombre de su amada.